El maltrato infantil es un problema social que afecta a gran parte de la población tanto a nivel mundial como nacional, siendo el maltrato físico la modalidad con mayor prevalencia en México, pues el castigo corporal goza de amplia aceptación como método de disciplina en nuestro país.
Antes de la pandemia se estimaba que 6 de cada 10 niños en México habían experimentado episodios de violencia en la familia. Actualmente, la pandemia y el confinamiento han potenciado algunos factores que suponen un mayor riesgo de violencia doméstica, como lo son el estrés, la ansiedad y la incertidumbre económica.
De acuerdo con el doctor Arturo Ron Grajales, coordinador académico de la Maestría en Neuropsicología de Cetys, en su forma más severa, el maltrato infantil suele asociarse a consecuencias inmediatas como lesiones físicas e incluso la muerte, sin embargo, múltiples estudios de neurociencia y neuropsicología han mostrado que las diversas formas de maltrato pueden tener secuelas a largo plazo en el desarrollo del cerebro, particularmente en regiones altamente involucradas con el desenvolvimiento escolar, profesional y social de un individuo.
“La forma en que se desarrolla el cerebro no está determinada en su totalidad por factores genéticos, pues la experiencia que tenga el individuo con su entorno jugará un papel fundamental en la maduración cerebral y, por ende, en la consolidación de habilidades para desempeñarse en las diferentes áreas de la vida”, destacó.
El experto Cetys señala que, en condiciones óptimas, la niñez y la adolescencia representan ventanas de desarrollo caracterizadas por cambios en la ‘circuitería’ cerebral que favorecen la velocidad y eficiencia en el procesamiento de información, esto le permite a un individuo resolver problemas más complejos en menos tiempo. Sin embargo, estas ‘ventanas de desarrollo’ también pueden representar etapas de vulnerabilidad a eventos medioambientales adversos, como la violencia o el maltrato.
“La experimentación de maltrato trae consigo una respuesta del organismo que conocemos como estrés, esta respuesta es natural y nos permite lidiar con situaciones amenazantes o desafiantes, favoreciendo nuestra supervivencia y adaptación al ambiente. Cuando los eventos de maltrato son severos y/o repetidos, la respuesta de estrés se torna excesiva y prolongada, teniendo un efecto tóxico en las neuronas y ocasionando daños en la estructura y función de regiones cerebrales responsables de procesos como la toma de decisiones, la resolución de problemas, la regulación del comportamiento y de las emociones”, explicó.
Las alteraciones o deficiencias en los procesos mencionados suelen manifestarse en la etapa escolar a través de carencias en habilidades matemáticas, bajo rendimiento escolar, presencia de conductas agresivas y dificultades en la interacción social.
Por otro lado, durante la adolescencia, los individuos con antecedentes de maltrato tienden a presentar conductas de riesgo, abuso de sustancias y comportamientos delictivos. Además, las experiencias tempranas de maltrato suelen asociarse con el padecimiento de diversas psicopatologías en la adultez, como depresión, trastornos de ansiedad, trastornos graves de personalidad, trastornos de la alimentación y trastorno de estrés postraumático, así como un pobre ingreso económico, baja satisfacción laboral y relaciones interpersonales inestables.
El doctor Arturo Ron concluye que, es fundamental concienciar a la sociedad sobre las consecuencias que el maltrato infantil puede tener a corto y largo plazo, pues algunas de ellas pueden resultar irreversibles; asimismo, es necesario difundir información dirigida a cuidadores, padres de familia y tomadores de decisiones puede ser una estrategia encaminada a la prevención y rechazo a la violencia; así como la generación y divulgación de contenidos que proporcionen a los padres de familia herramientas y estrategias para la crianza positiva libre de violencia.
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